domingo, 4 de julio de 2010

Veles e Vents...

Hoy tengo dos posts que escribir, uno sobre algo bueno y uno sobre algo malo. Voy a comenzar por el malo, así el segundo es el bueno y me quedo con buen sabor de boca :)


Ayer por la tarde, tras 20 minutos andando, un metro excesivamente caro, 45 minutos más en su interior con 2 cambios de metro y otros 10 minutos andando, llegué al edificio Veles e Vents. Llegué con media hora de antelación por si acaso y encontré a otra chica, Beni, tan perdida como yo, no sabíamos dónde teníamos que ir, así que preguntamos a todo el mundo. Había 2 bodas, así que tuvimos que pasear por todo el edificio para encontrar la nuestra. Cuando lo encontramos, una mujer nos dio un par de vestidos para ponernos y nos indicó un poco mal el lugar para cambiarnos. No eran ni siquiera vestuarios, era una sala con un mueble para dejar los bolsos y un par de baños. Seguridad ninguna, intimidad ninguna.

Nos habían pedido llevar medias y zapatos tipo bailarina negros. Al pedirlo el día anterior sólo pude comprarlos ayer por la mañana, y tampoco había mucha variedad. Lo primero es que me estaban un poco justos y lo segundo es que no se puede trabajar con eso de pie durante horas. Pero bueno, los había llevado desde casa hasta allí y no eran muy incómodos. El caso es que me hago un moño, me recojo un poco el flequillo (algo que no les pareció muy higiénico) y me enfundo el vestido ese, horrible. Era cruzado, como una especie de bata atada a la cintura, así que cada vez que andábamos se nos veían las piernas enteras, y cada vez que nos agachábamos se abría por el pecho. Llevábamos manga larga y la tela daba muchísimo calor. Lo bueno es que la boda fue en la terraza, aunque muy bueno tampoco era, porque hacía viento y eso abría aún más los vestidos. Los invitados llegaron con un retraso de una hora y media y tuvimos tiempo para descansar, sentados en el suelo y cenando un bocadillo frío (por no decir congelado) de longaniza y habas, y un par de botellas de agua para 20 camareros.

Comenzó el servicio con el aperitivo y todo parecía agradable, pero en cuanto los invitados comenzaron a beber, la cosa se revolucionó. Tras horas de servicio, normales y extras, después de miles de groserías y comentarios de muy mal gusto y hombres pervertidos que intentaban tocar donde no debían, fui al vestuario a por mis cosas y encontré mi bolso abierto. Me faltaba el dinero que tenía para volver a casa en taxi si la cosa iba mal. Sólo quedaba algo de dinero suelto y no llegaba ni para un bus, que tampoco habían ya a esas horas. Caminé un rato con una compañera mientras pensaba que hacer. Llamé a Lucía, mi salvación, la saqué de casa y vino a por mí. Quedamos en la plaza de Zaragoza y me senté en un banquito, esperé una hora y cuando vi que no llegaba me levanté para buscarla y allí estaba, detrás de mi en un sitio donde ni yo podía verla ni ella a mí. Había estado allí todo el tiempo, igual que yo. Tenía frío, no podía ni andar por las heridas que me habían hecho los zapatos. Nos abrazamos y lloramos las dos como tontas. El miedo, el agobio y el malestar podían con nosotras. Y las dos pensábamos en lo mismo... París. En todo el tiempo que estuve mal, que me sentí mal, sólo pensaba en París, en que ese dinero que iba a cobrar por lo que había hecho sería para volver allí.

Cobraré cerca de 70 euros por lo que trabajé anoche. Si quito lo que me robaron, lo que me costaron los zapatos, las medias (que se me rompieron), llegar allí, la llamada desde la cabina y lo que debo a Lucía, más todo el cansancio físico y psicológico que pasé y paso ahora, creo que no me merece la pena haber trabajado en uno de los sitios más lujosos de Valencia, sirviendo a la gente más rica de aquí.

El post bueno lo escribiré más tarde, que mi hermana necesita el ordenador y yo estoy demasiado cansada. Besos a todos y que paséis un buen día.

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