Inevitable sonrisa

Hay momentos en la vida en los que dejas cosas atrás, crees o crees creer que lo mejor es olvidarlas, dejarlas en el pasado para que no traigan recuerdos inadecuados.
Puede que por ese motivo, por querer dejarlas atrás, el destino o lo que quiera que sea, pues no estoy muy segura de qué es, nos las traiga de nuevo a nuestra vida constantemente, intentando recordarnos así que siguen ahí, que nunca se irán.

Me senté en el Trocadero, miré la Torre Eiffel, unos chicos estaban bailando ante mí (y cientos de personas que habían alrededor, aunque para mí no hubiera nadie allí). La música terminó, la gente aplaudía, yo también. Los chicos habían acabado su número y hablaban. Yo seguía allí sentada, contemplando mi entorno. Entonces uno de los chicos comenzó a practicar algunos movimientos para su siguiente número. Mientras bailaba, cantaba.
Mi cara se iluminó por completo. En aquel lugar nadie más podía entender por qué. Ni en aquel lugar ni en cualquier otro, nadie lo entendería, nadie excepto una persona más. Sólo otra persona en el mundo entero, en caso de haberme visto, podría haber entendido por qué no pude contener la sonrisa en aquel momento.



Este tipo de cosas son las que llevan a pensar que nunca se debería olvidar a nadie, pues no poder tener una buena relación ahora no significa que no se puedan compartir de vez en cuando los buenos recuerdos.